25.4.14

Puta es la que te dijo que no. Puta es la que te dijo que si a un beso pero después te dijo que no cuando la quisiste llevar a tu casa. Puta es la que tiene calor y se pone una pollera y la que tiene ganas de ponérsela porque la hace sentir hermosa también. Puta es la que no te da bola porque le gustás solo como amigo. Puta es la que no te da bola porque le gustan las mujeres. Puta es la que no te da bola porque sos un pelotudo que llamás putas a las que no te dan bola. Puta a es la no le importa tu opinión. Puta es a la que necesitás pagarle para poder quitarle media hora de su tiempo. Putas son las que te recuerdan a alguien que no te eligió. Puta es la que te recuerda a alguien que te lastimó el ego. Puta es a la que tuvieron que drogarla y atarla para que puedas cogértela. Puta es a la que tenés que agarrar indefensa y violentarla para poder cogértela. Puta es la que camina por la calle segura, sintiéndose hermosa, que reacciona cuando le gritás y te dice en la cara lo desagradable que le parecés y vos no te la podés bancar, y por eso es una puta. Puta es la que quiere coger con todos menos con vos. Puta es la que está por encima de tu básico nivel mental. Puta es la que es hermosa, la que disfruta de ser hermosa, la que disfruta de su sexo. Puta es la que define sus propias reglas, la que no permite que la limiten, la que trabaja, la que estudia, la que se gana el lugar que quiere ocupar en el mundo, la que no quiere pasar su tiempo cerca tuyo o la que si lo quiere pasar pero no cuando vos querés. Puta es la que no se vistió para vos, no se despertó para gustarte a vos, no vive para conformarte a vos. Puta es la que vos, también mujer, también víctima de la misma palabra que luego usás para asegurarte la simpatía de las mayorías, te hace ver lo que te gustaría poder ser pero no te animás para no exponerte a que te llamen puta. Puta es la que tiene más libertad que vos, no porque se la dieron, nadie tuvo que entregársela, no tuvo que ganársela, simplemente la tiene porque no se cuestiona y se deja ser, y disfruta de ser para vos una puta y para ella plenamente mujer.

6.2.14

1

Tuve que concentrarme muchísimo para entender lo que estaba pasando.
En verdad, y para ser un poco más correcta, el entendimiento vino mucho después; muchos años después, para ser mucho más correcta. Claro que eso en ese entonces yo no lo sabía, también el entendimiento sobre el no entendimiento suele venir mucho tiempo después. ¡Años! Una persona cree haber entendido a la perfección y, de hecho, en ese momento lo hace: recopila los hechos y las palabras, los ordena por verosimilitud y se concentra en los que parecen cargar con una suerte de epifanía para poder así ordenar las otras palabras, las que dirá a quién le pregunte si entendió o a cualquiera que tenga ganas de escuchar eso que parece ser un logro, porque entender algo a estas alturas es un verdadero logro. Un tiempo después, en la fila del supermercado o mientras lava su cabello, empieza a dudar. Como es lo indicado, se descarta la duda; al fin y al cabo no es más que un mosquito molesto en la oscuridad de la habitación mientras se intenta conciliar el sueño. Claro que sí. Nuevamente, la persona rescata los hechos y las palabras pasadas, les quita un poco el polvo y las vuelve a ordenar, sólo que esta vez, algo es diferente. Podría pensarse - y sería una opción correcta - que lo que ha cambiado es la vida que rodea a esos hechos: la victoria contra el tiempo ya no está tan asegurada, la niñez se ha reducido a una foto vieja en un cajón de esos que nunca se necesitan para nada, lo cercano es un espejismo y todo lo demás. Y sí, es cierto, es la persona que recuerda e intenta ordenar los hechos y las palabras la que ha cambiado pero, si la persona ha cursado al menos dos clases de la lógica más rudimentaria sabrá -y por eso seguirá dudando - que una cosa no quita a la otra y que, si bien su memoria no es tan precisa como solía serlo, el tiempo le ha dado cierta sabiduría que no debe ser subestimada, por ínfima que sea. Entonces, la persona cuestiona a aquella otra persona que un día ordenó los hechos y las palabras y los guardó en esa caja marrón y le pegó encima un papelito que decía eso que había entendido tan bien para nunca olvidarse y nunca volver a tener que reproducir la tarea. Al fin y al cabo, aquella otra persona era más joven, mucho más joven y afectada por los hechos y las palabras que creyó entender. Es un proceso bastante común y bastante tedioso pero inevitable, creo yo. Podría entenderse entonces, que el entendimiento es sólo una hipótesis de entendimiento, que se renueva al compás de la renovación de la psiquis propia.
Claro que todo esto carece de importancia porque, en ese momento, yo me concentré y entendí: ella había envejecido mucho en el transcurso de cuatro cafés y un par de frases memorables. Naturalmente, no se lo dije: esas cosas no hay que decirlas, y esto lo aprendí bastante joven y, si bien puede ser que me aburra de callarme ciertas cosas cuando adquiera la sabiduría necesaria, lo más probable es que sostenga mi pretensión de observadora y analista de los hechos y las palabras hasta el día de mi muerte, la cual no parece estar muy lejana si sé captar las señales. En estos días, ya no tengo tantas dudas: me estoy volviendo loca (¡y es más fabuloso que la mierda blanca!) pero, ese día en particular, yo era tan solo la promesa del desvarío efímero y una bebedora de café exquisita, por lo que la concentración se me facilitó bastante y pude visualizar al tiempo barriendo con una disciplina por lo menos interesante cierto brillo en sus ojos y su cuello, sin demostrar mi espanto.
Fue la primera vez que entendí qué me habían querido decir con todo el problema de la omnipotencia, y no sé cómo no se me escapó una carcajada inmensa de felicidad porque el impulso si que estuvo ahí, latente. A veces siento que las acciones que más me han marcado son aquellas de las que sólo sentí su nacimiento, su impulso, su ímpetu como una implosión inofensiva pero perpetua. Claro que eso, en ese entonces, yo no lo había descubierto y sólo me resultaba peculiar cierta progresión en las 'llamadas a silencio', como me decían en la escuela primaria. Me sentía reír, aunque no me estuviera realmente riendo, la risa en mí tenía el mismo efecto y eso era más que suficiente. Lo mismo me ocurría con el llanto. ¡Cuántas lágrimas derramé mientras posaba para una foto o comía una medialuna! Incontables, realmente. Lástima que nadie lo pudo ver, soy bastante graciosa cuando realmente lloro. O al menos yo me río, mientras lloro, mientras como una medialuna, mientras duermo. Todo al mismo tiempo. ¡El tiempo! Si yo podía llorar y reír y ganar una maratón en el transcurso de la vida útil de la medialuna, ¿qué impedía que ella pudiese envejecer en el transcurso de la vida útil de cuatro cafés y un par de frases memorables? Lógica rudimentaria, desvariada, verosímil. Todo esto lo digo yo ahora, pero en ese momento, sólo notaba su peculiaridad. Sin inmutarme, claro está.
El caso es que no quise decirlo y fue muy fácil no hacerlo ya que, en verdad sí lo dije -en aquél otro plano, el que es suficiente para mí- y seguir bebiendo mi café con un interés sincero en sus palabras que ya no recuerdo. La idea general está, claro, pero no me siento con ganas de repetirla, creo que el tema con los discursos genuinamente bellos es que no existen sin la belleza de quién los improvisa, es decir, no en su totalidad, y no hay nada que me horrorice más que ir entregando reproducciones chatas y muertas de belleza que no me pertenece. Así que no, no voy a escribir lo que me dijo. Puedo decir que hablamos de la muerte y de la despedida del sol, de esa energía que nos transmitían, en ese entonces, los escarabajos y de lo duro que estaba el pan. En algún punto se habrá puesto bastante serio el tema. Después de todo, captó la atención del tiempo y eso no es ninguna nimiedad. 
Creí que, a esta altura de los hechos, los ataques de ansiedad estarían solucionados. O, al menos, un poco más livianos, más llevaderos a falta de una palabra con algo más estilo. No sé si sea eso lo que más me preocupa, de todas formas. Después de cierto tiempo y tantas reproducciones, aparece la costumbre o una suerte de mecanismo por el cual aceptar sin terminar de hacerlo realmente, una receta incompleta para la tolerancia o la prolongación del tiempo hasta la siguiente instancia de relajación. La zona de descanso en la carrera. Creo que me vendrían bien un par de pastillas, al fin y al cabo, los atajos son hermosos y prefiero el mínimo ingenio antes que la perseverancia. Me resulta de lo más gracioso. A la gente como yo le impactan ese tipo de detalles. El hecho de que mi psiquiatra me parezca una buena persona por tener tantos ceniceros en su casa, a pesar de que no haya fumadores viviendo en ella. Pero, sobre todo, el hecho de que de esa pequeña demostración surja un análisis del que no puede inferirse nada realmente sustancial, es lo más atractivo de todo esto. Bien podría enterarme yo de que en su tiempo libre colecciona dedos pulgares de niños de 10 años, que seguiría sosteniendo todo el tema de los ceniceros como prueba infalible de su confianza con la bondad del mundo. Es que, una vez removidos los aprendizajes, las costumbres, las construcciones por más perfectas que sean, lo que quedan son esos detalles, los ceniceros, las lapiceras con flores enormes que no sirven para nada, los labiales rojos o morados con aromas frutales.
De todas maneras, volviendo a la cuestión de la ansiedad, el problema radica en la falta de motivos. Podrían decirme - y sé que lo harán - que tengo motivos de sobra, con todo el tema del accidente y la detención arbitraria de los proyectos y la expresión concreta de tanto narcisismo pero, a alguien como yo, eso no le basta, no son esas cuestiones las más importantes. Creo que mi proceso de crecimiento y adaptación tuvo fallas y ahora sufro las consecuencias. Lo ideal sería sacar algo relativamente atractivo de todo eso.

25.12.13

I needed to write about the loneliness. The nice one. The only one.
Mi inglés es desagradable pero, hay pensamientos que requieren ser suavizados, aunque para mí, no sean más que suavizantes aromáticos. Debajo de todo esto debe brillar todavía algo de esa maldad.
Me descubrí amarilla en el espejo de hoy. Mis ojos como arrancados y vueltos a colocar, sin muestras de delicadeza. ¡Que calamidad! La paleta de colores es humillante. Supongo que el cigarrillo no me hace ningún bien, en cuanto a lo que verdaderamente importa. Hay personas que me parecen demasiado concentradas en la cuestión de la salud. Si no estuviera tan cansada y aburrida de las lecciones, escribiría al respecto. Algún ensayo criticado por personas que saben vivir. Y no creen hacerlo, realmente saben, me intriga y me repugna a la vez. Les es difícil aceptarlo, aceptar su identidad de caminantes con camino. ¿Por qué es tan atractivo el desorden? ¿Por qué es tan especial la enfermedad cuando está cubierta de un maquillaje turquesa y rosado, brillando, sonriendo? La identidad colectiva y el resto de las pavadas que creí defender. De vez en cuando, me importa. Hay que asumir que mis caminos, felizmente, concluyen en la soledad. Siempre me resultó curioso, de chica, escuchar a los adultos decir que su miedo más grande era la soledad. ¡Y tantas veces! Yo me embarco sin lealtad ni promesa sabiendo que al regreso me espera mi digestión silenciosa, el deleite supremo. Me venero en la soledad que es abanico de posibles mañanas, de amaneceres sin sueños, de transfusiones de placeres sin nombre. Hay una cuestión que es primordial y no es más que la ética. Al igual que muchas otras personas, carezco de una conexión con ese fantasma social y a la vez tan individualista, pero sin hipocresías, hay verdadero acuerdo, sinceros negocios y algo de bondad oculta en el ser humano. O tal vez solo un globo de fobias que se pierden en el cielo porque agarramos ese otro globo, el más pesado y el más seguro, el que tiene un cordón tan largo como para atarnos a todos y tirarnos al piso, a agradecer por el orden y la promesa de que hay un mañana, si sabemos vivir, si sabemos aceptar.
Pavadas. Yo tengo un globo translúcido, vacío. Casi invisible, lo cubren las nubes.
Y todo esto para concluir en que no tengo ética, no hay principios que me importen, no realmente, no en lo profundo. No hay nada demasiado negativo o positivo que pueda inferir de esta conclusión. Simplemente, es. Mis decisiones se basan en particularidades, en detalles, en estados de ánimo o repentinos cambios de colores en el cielo. No hay concepciones adquiridas. Adoro estar sola y es por todo esto y un poco más por todo lo demás. No me gustan estas ideas tan concretas. ¿Qué hago escribiendo sobre ética? Siempre fue mi nota más baja. Un 10 en matemáticas y desaprobado en ética y ciudadanía... ¿Qué clase de materia es esa? ¿Cómo pueden desaprobarla a los 10 años? Ilusos. Hay algo de máquina del tiempo en las puertas, especialmente en la que me llevan afuera, a la luz del sol y la oscuridad de las miradas desconocidas. Hay algo de máquina del tiempo en atarme la remera arriba de la cintura porque hace calor. Es una puerta, aunque no lo parezca. Un acto de rebelión infantil, un experimento. Me encanta salir dispuesta a vivir el día como si fuera una película corta, escuchar sus palabras como parte de las variantes en mi libreto y recuperar el poder que me quitan las miradas una vez atada la remera. Los hombres y las mujeres. Sus ropas, sus maquillajes. Algo me incita a detenerme a mitad de camino y sentir cómo el viento me separa y me une a ellos. La luz del sol no les llega a todos. Una aprende a reconocer ciertos gestos y entonaciones. Y es tanto el sufrimiento, es realmente insoportable. Pero es la belleza de la obra lo que la mantiene rodando, una y otra vez. El carrusel gira y en cierto momento me percato de que la atención de los adultos disminuye, las sonrisas se caen, los esfuerzos son vanos. Esos son los momentos de belleza, la real. La belleza de la soledad que todos temen. Tememos, quizás. Hay que admitir que soy un poco masoquista.
Y el tiempo se mide en cigarrillos, en negaciones, en excusas y palabras. Los monólogos no puedo escribirlos, no con sinceridad. Se pierden en el espejo de ayer. Como mi tez en unas horas. 

8.12.13

No leo ni escribo. Hay cierta falsedad en todo eso que logra despertar una reacción en mí. Y es tan sencillo admitir que lo falso es el reflejo. No es eso lo importante y yo lo sé. Lo digo como alguien diría una verdad. Tantos ensayos para que el resultado sea un acto, en esencia, desastroso. Pero nada de esto tiene mucha relación con los resultados porque, en esencia, el desastre es maravilloso. ¿De qué vivir si no es del conflicto? ¿De qué aprender? No es falta de voluntad tampoco. Tal vez un dejo de decepción anticipada por los indicios doblemente ficticios. No, no son dos, hay más. Hay miles y están tan cerca, están tan cansados y tan apelmazados que terminan siendo una masa homogénea roja que chorrea sofismas enemigos. ¡Qué cansados están de tanto abandonar! Aceptar mi narcisismo implica un despojo de él. Un despojo temporario, porque no soy yo quien lo acepta, mejor dicho no es la masa si no la partícula, una de aquellas que no lo comprende y por eso ataca, sabiendo lo frágil que es el espejo. Del vidrio surge la sangre y de la sangre nace la vida: el carrusel sigue girando. No hay descanso. Y hay un recelo ante mi propia creación. Hay envidia entre la masa, ¿cómo sobreviven siendo una entre tanto odio y tanto cariño? Supongo un equilibrio. Lo pienso y ahí está. Inerte, como si me hubiera escuchado en sueños. No leo ni escribo y me niego a admitir tanta pobreza de espíritu, tanta falta de disciplina intelectual. ¡Qué enemigos tan hábiles aquellos que sonríen viéndome triunfar! 

27.8.13

Para: nadie

Te escribo, hace tiempo ya que no nos vemos. Te escribo y no lo hago por amor a las palabras, he decidido ser precisa y evitar embarcarme nuevamente en el océano de dudas en el que, seamos sinceras, no poseo ninguna nave, ninguna tripulación, tan sólo unos brazos débiles y una cola de sirena rota. Y digo que no es por amor a las palabras para que así, tal vez, puedas comprender de una vez por todas mi inevitable apego por el silencio, inevitable pero a la vez elegido y defendido. Es necesario que entiendas, y no sólo que toleres, que aquello de lo que no oso rozar siquiera su sombra, es lo mismo que me hace temblar. Los paisajes invisibles, los discursos sin audiencia, las escenas sin actores ni actrices ni primeros planos, aunque puede que esa pantalla oscura sea en verdad un lunar o la ceguera causada por las estrellas. Ya sé, nada de esto demuestra precisión, es ésta mi manera de hacerte saber que en esas promesas introductorias se halla una diosa hipócrita y que, escribirte mis silencios con exactitud sería algo parecido a ceder un asiento en el colectivo o pedirle perdón a las visitas por el perro alterado, palabras, y aunque aquí no se esconda mi pasión por ellas, tampoco quiero traicionarlas sin reparos. Algunas veces se debe ceder ante la cultura, como en esta oración de la que ya me arrepiento, pero a fondo conocés mi rechazo y mi vulnerabilidad consecuente, no he de despegarme de nada de eso. Me han dicho recientemente algo que es verdad, al menos en forma parcial, en respuesta a la confesión -te pido que la interpretes con cuidado-, de que en mis fantasías -aún dentro de las alegres-, se halla la consecuencia magna de esta apatía hacia la cultura -no veo necesario aclarar a que me refiero con ésto, pese a la estupidez anónima de quién pudiera estar leyendo sobre tu hombro-. Allí se hallan una lista infinita de enfermedades terminales y una tentadora perdida absoluta de la cordura, entre otras cosas. Me respondieron que, aunque no vea yo consecuencias materiales en el presente, además de unas manchas y tres o cuatro cicatrices, puede que la mirada de reproche ajena sea el verdadero precio a pagar. Aquí es donde difiero. Verás, no son los otros los que me miran, soy yo la que se ve en sus ojos. Y frunzo la boca, esquivo la mirada. Me veo tan frágil, tan radiante, desnuda, desangrándome divertida, flotando entre mis lágrimas infantiles, pataleando necesitada de manos, bocas, sonrisas y piñas en la nariz. Pero no es eso lo que quiero expresar, sin embargo. Hay algo más, un punto que se esfuma cuando logro fijar mi vista en él y se coloca con agilidad en mi espalda, una luz que titila en mi frente, el latido que se aleja cuando despierto con el humor indicado para perseguirlo. Hay algo más, y estas descripciones no se acercan a dejarme contenta, no llegan siquiera a conformarme. ¿Será un instante revelador, una cornisa en un subsuelo, un elemento sin utilidad que se presenta maravilloso? Y, ¿cómo no perder el tiempo en esto? ¡¿Cómo podría, justo yo, renegar de él?! Siempre recogiendo de las calles cualquier residuo colorido, un librito para niños partido a la mitad, un guante blanco, un papelito doblado color fuego. Ese algo no tiene tierra, no tiene procedencia, pero si la tuviera, no podría ser otra isla más que la inútil, la innecesaria. Allá, fuera del alcance de tus ojos, donde no quema el sol ni crecen las flores, y hay pilones de papeles de colores para escribir poemas y llueven pétalos de hierro, colillas de cigarrillos, cordones sin zapatos. Es el momento de confesar que no tengo una confesión, acaso siquiera sé a dónde estoy tratando de llegar. Si tuviera esa confesión bien pulida y perfumada, te la entregaría, no sin dudarlo largas noches, pero lo haría y esto sí es por amor a las palabras, por amor a mi armonía, por orgullo y por cobardía. No logro deshacerme de tantos años de análisis, sabés, por eso puedo afirmar que si hay en todo esto alguna confesión, yo sola podré hallarla. De ella, a tí te quedarán vestigios, cenizas, polvo de estrellas. Siento envidia: eso que te queda a tí, es lo más hermoso. 
Me he ido de la cuestión, si no regreso pronto estaré tragando agua. Date cuenta, tuve que hacer cosas, este relato va perdiendo espontaneidad. Algo de eso protege mi silencio. Verás, si yo te fuera a buscar hoy, golpeara tu puerta con fervor y te gritara en la boca todo eso que nunca he dicho -¡tantas novedades podría decirte!-, te estaría entregando en secreto un periódico del siglo pasado. No es que te mienta, yo no sé hacer eso, yo soy la más crédula de mis espectadores, he aprendido que en la mentira se encuentra adormecida la verdad más profunda. No es cuestión de decir la verdad, si no de saber aventurarse por el camino de la mentira hasta tejer la verdad que ya se ha escrito con tinta invisible, cada mentira que me han dicho no fue más que una verdad para la que yo no tuve tiempo, ni ganas, ni fuerzas. Es por esto que tampoco acepto consejos, me ha confundido tanto esta lucha casi onírica entre la verdad y la falsedad que ya no tengo confianza hacia la aventura del otro, yo sé - y esto no lo podés negar-, que a nadie le alcanzan las fuerzas para hallar la verdad que me fue dada, que no es mía, que es la mentira misma. Y por eso no puedo dejar de afirmar que aún desapareciendo todo, cada ser querido, cada espacio conocido, cada esquina, cada canción, cada película que me hizo llorar, aún apagándose mi voz y nublándose mi vista, yo seguiría en posesión de lo más importante, de lo único esencial. Mis reacciones no son caprichosas, no son arbitrarias aunque tanto me guste que así lo parezcan. Hay un mundo - y es este el que me alegra y me tortura a la vez - que no tiene principio ni fin, en el que no hay libros ni ídolos ni referencia alguna. Hay un cuerpo - y es este el más puro, no el que soy capaz de entregar - que baila frente a un millón de ojos amarillos. Es ésto lo único y verdaderamente mío. Y no me hace sentir especial, si no más bien desdichada, resentida por la incapacidad de contacto y de comunicación que también me ha sido dada (tal vez algún día me haga cargo, pero no será hoy). Pero yo también me he sido dada y quiero cuidarme, merezco mi respeto, además de mi enamoramiento constante. Y otra vez, pese a la estupidez, te confieso aunque ya debés saberlo, que yo soy mi eterna enamorada, no me asustan las mañanas ni los espejos, algo de esto también hay en los silencios. Saberme una deidad, autorizarme a castigar pero negarme a hacerlo con la misma violencia. Tanto castigo y sólo para mí, ¿notás la tristeza de mi rostro? Y sin embargo, en el castigo también hay alegrías, hay fiestas con seres mitológicos y peregrinos, hay ilusión, hay inocencia.
Estaba intentando abrir un poco el periódico viejo. No sé si alguna vez te lo dije, pero la conversación que tuvimos ayer, yo la tuve hace tres años y no estabas, no te conocía tanto como para que estuvieras, pero aún así la tuvimos y no puedo excluirte de este fenómeno, sos culpable tanto como yo del resultado y del griterío inútil. Y no estabas, yo sé que no estabas. Me siento peligrosamente cuerda al escribirte de esta forma, ya ves, que si miro para un costado mientras me contás una historia, es porque esa historia ya la vivimos, mucho tiempo atrás de cruzarse nuestro paso errante por este mundo, que no es, nunca va a ser el que quise entregarte en este silencio. Por eso y por muchas cosas más, hay algo sucio y viejo en todo lo que digo, hay una pizca de muerte en el vestido que llevo puesto hoy, hubo un nacimiento en mi vientre cuando tenía cinco años. Quizás comprendas el absurdo, aunque espero que no lo hagas, para tí he dejado lo más bello: una coma mal ubicada, una tilde olvidada. Los vestigios, las cenizas, el polvo de estrellas. (...)

18.4.13

Secretos. Los métodos no pueden superar el gran motivo oculto. Tal vez todos se sientan igual que yo. Espero ser capaz. No soy capaz. ¿Aprenderé? Siempre en otro plano, en otra selva. Me arrepiento de hablar. Me arrepiento de interesarme, de fingir, de pretender. Perdón. No les importa. Todos me creen. Es muy tarde para mi inocencia. Soy una basura, un deshecho. No merezco tanta atención, tanto cariño. Pero todo esto pasa una sola vez y ya, se muestra la luna. 

15.4.13

A tener cuidado con tanta vanidad. No me lo perdono, aunque no sea capaz de evitarlo. Realmente lo intento. Tal vez. Mis valores se adaptan porque no son sinceros. Porque realmente no me interesan. Espero que nada de esto sea progresivo, necesito que sea un trance pasajero, un escape efímero al igual que todos. No soy capaz de soportar tanta contradicción. Me van a terminar escupiendo en la cara, si así lo deseo.
 Y así lo deseo.

Me escapaba entre la neblina, pisando sapos y vomitando en los hormigueros. No tenía gracia pero si apuro. Es tan difícil llegar a alguna parte si siempre me estoy yendo. Sentía mi piel derretirse y mis huesos quebrarse pero los sapos no mueren solos. Es una cuestión de necesidad, sólo eso. Correr, evitar, disimular. Mentir.
Y mientras las escaleras se manchaban y todo era verde, el odio crecía dentro mío. Debía hacerlo, debía matarlos. Mancharme con su sangre y cambiar mi vida para siempre. Ser otra persona, la perversa, la que hay que eliminar, la que debe estar lejos. Soy tan hermosa, vomitando la vida que me regalaron la semana pasada y no la supe cuidar. No importa demasiado, es fácil conseguirla y volver a odiarme, volver a amarlos. Gracias por amarme, todo mi esfuerzo se ve recompensado.

26.3.13

LSD

Me sentí despertar, aunque mis ojos estaban cerrados y el cigarrillo estaba a punto de escaparse de mis dedos resbaladizos. Temblaba.
A lo lejos sonaba una voz dulce que debía ser Lennon, aunque bien podría ser Lisandro tarareando entre los murciélagos. Están particularmente alterados.
¿Por qué me hablo en pasado? Qué mierda significa estar viva, además de leerme la historia de mi misma, una y otra vez. Mejor me callo y escucho un poco a los murciélagos. Son ellos los que cantan y yo les espío las patitas. ¿Estarán llorando?
Qué hermosa es. Tiene los labios húmedos de llorar en los baños públicos y se le derriten las pestañas al sonreír. Yo me dejo atravesar por el perfume cobrizo de sus labios de laguna. Las mejillas amenazan con una erupción catastrófica y, sin embargo, ella sigue sonriendo. Qué chiquita es. No hay misterios ocultos bajo su piel.
Podría estar engañándome. No sé qué hora es ni dónde debería estar fingiendo interés. ¿Por qué roja? Tendría que haberme callado a tiempo. Ya estoy ubicada pacientemente en el carrusel infinito que se ríe de mi por no alcanzar la sortija. 

El viento me grita en la cara. Pobres murciélagos, llorándole a la luna. Necesito un cigarrillo, se me desintegra la lengua. 
¿Por qué azul? De pequeña pintaba cielos violetas y árboles amarillos. Tendría que haberme callado, claro. Me amenaza su voz a lo lejos, me humilla su luz. Soy el escarabajo ardiente, buscando refugio en mis propios zapatos. Calambre en el dedo gordo del pie. Las nubes sobre tu pelo, ¿de qué color serán tus ojos en verdad? Yo solo veo eternidad. La promesa del cielo hecho constancia. Veo cómo me firman la salida y recupero mi libertad. Recuperar lo que nunca se ha tenido realmente, ni se puede tener.
Entonces, despierto. Ahora soy quien debería haber sido siempre. La que grita bajo mis costillas y se ahoga en cada palabra. Entre las flores lo de siempre: letras. Bichitos locos. Me llaman pero tal vez sean los murciélagos contagiando desesperación. 

¿La volveré a ver? Queda sólo el eco de sus labios estirados pidiéndome perdón. Y yo te perdono, con mi alma desvanecida y las manos temblorosas. Te espero para hacer sonreír a los vampiros y trepar por las estrellas muertas. Te espero, en esta casa que no es mía, bajo el cuerpo que espío por la cerradura. 
Se escucha la voz otra vez. ¿Será Li? ¿Sera ella viniéndome a buscar?
Ya perdí toda conexión con la mal llamada realidad. ¡Cuánto amor! ¡Al fin! Soy diáfana y me río. Veo que sus labios se mueven pero no me es posible interpretar el sonido. Un eco, a lo lejos. Me encuentro bajo tierra y no quiero emerger. No hay una sola cosa en esta habitación que no tiemble. Las paredes tienen frío, yo las abrigaré (canto). Se derriten sus dibujos, la guitarra vibra, los personajes de mis cuadros danzan y me invitan a brillar a su lado. Mañana no será mejor. 

¿Qué se oculta dentro de mí que me ha hecho verla así? Esa belleza no es suya si no mía. Yo dibujé la dulzura en su rostro y yo sola me he enamorado de mi obra efímera. Algo debe significar pero en mi cabeza las palabras luchan y mañana esto no tendrá sentido aunque, ¿qué lo tiene?
¿Cómo la vería en este momento? Tan drogada y enterrada. Desde este subsuelo, quizás la vea como a Dios. Sos atea, pelotuda. Es más probable verla como un sol vibrante que me explota los ojos y me arranca la ropa. Deseos de estar sola y desnuda.