8.12.13

No leo ni escribo. Hay cierta falsedad en todo eso que logra despertar una reacción en mí. Y es tan sencillo admitir que lo falso es el reflejo. No es eso lo importante y yo lo sé. Lo digo como alguien diría una verdad. Tantos ensayos para que el resultado sea un acto, en esencia, desastroso. Pero nada de esto tiene mucha relación con los resultados porque, en esencia, el desastre es maravilloso. ¿De qué vivir si no es del conflicto? ¿De qué aprender? No es falta de voluntad tampoco. Tal vez un dejo de decepción anticipada por los indicios doblemente ficticios. No, no son dos, hay más. Hay miles y están tan cerca, están tan cansados y tan apelmazados que terminan siendo una masa homogénea roja que chorrea sofismas enemigos. ¡Qué cansados están de tanto abandonar! Aceptar mi narcisismo implica un despojo de él. Un despojo temporario, porque no soy yo quien lo acepta, mejor dicho no es la masa si no la partícula, una de aquellas que no lo comprende y por eso ataca, sabiendo lo frágil que es el espejo. Del vidrio surge la sangre y de la sangre nace la vida: el carrusel sigue girando. No hay descanso. Y hay un recelo ante mi propia creación. Hay envidia entre la masa, ¿cómo sobreviven siendo una entre tanto odio y tanto cariño? Supongo un equilibrio. Lo pienso y ahí está. Inerte, como si me hubiera escuchado en sueños. No leo ni escribo y me niego a admitir tanta pobreza de espíritu, tanta falta de disciplina intelectual. ¡Qué enemigos tan hábiles aquellos que sonríen viéndome triunfar! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

copos de azúcar