28.8.12

Incontrolable deseo de dejar la medicación y sentir, aunque sea por un sólo instante, la manía perdida. Adicta a la manía, adicta a algo tan abstracto pero tan concreto a la vez. Sin la manía soy un tercio de lo que era, soy yo sin ideas, sin el extremo que embellece la alegría sin motivo, sin fuerzas, sin ganas. Eran días hermosos, despertar se volvía nacimiento, cada segundo un descubrimiento, perdía la voz por gritar y hablar sin parar pero no me importaba, hastiaba a la gente y me encontraba desconocida para todos pero no me importaba, nada importaba, nada más que yo y esa euforia loca, ilimitada, exacerbada. Todo cuesta más estando medicada, mis ideas no me parecen tan grandiosas, no poseo la imaginación, la concentración, la elocuencia que sentía tener. Quizás no era real, probablemente nunca lo haya sido. Ante los ojos de los demás era insoportable, egocéntrica, manipuladora y mentirosa; pero poco me importaba. Sensación de ser una deidad eterna, una foto hermosa pegada en cada pared de cada casa en este mundo, imprescindible para todos, necesaria sentía mi presencia, invasión de una superioridad mediocre pero que llenaba el vacío de la depresión previa y, por eso, valía la pena el rechazo. Hoy experimenté culpa al mentir sin motivo y me invadió la necesidad de redimirme, aunque no lo haya hecho. Si pudiera volver a experimentar la manía, sabría que mi verdad hay que merecerla, que no es para todos, que no está hecha para ser gritada, que es mejor callar lo oscuro y cantar lo hermoso, tan ficción ante los ojos del resto pero tan explosión dentro de mí. Todos dicen que estoy mejor. Soy más amena, aparentemente. Controlo mis impulsos ante las injusticias del mundo que antes me dolían en lo más profundo de mi ser, poseía un increíble deseo incontenible de modificar la realidad, de defender mi ideología hasta el último momento, de no callarme ante nadie, de no temer ante nadie y, ahora, tengo miedo otra vez, tengo silencios otra vez, ya no impongo mi discurso sino que lo guardo para mis charlas silenciosas conmigo misma, con todas mis yoes. A veces creo que un instante de manía valdría la pena la depresión posterior, pero sé que esto es una mentira, porque no reconozco la depresión ajena a mí, no la imagino, solo la puedo sentir. Y si no la siento, no puedo creer que alguna vez la haya sentido o la vuelva a sentir, no recuerdo mi angustia, no recuerdo por qué ese deseo de morir que me desgarraba el alma y me conducía al desprecio por todo lo que existe fuera y dentro de mí. No recuerdo lo que es depender de detalles diarios para no terminar con todo esto. Un día nublado era una razón coherente y lógica para decidir matarme. Pero ahora, veo estúpido lo que antes veía como cualidad única de mi persona. Me siento apagada por no rozar el límite de la locura, por estar controlada, por pagar por una salud que en verdad es vida de anciano, vida mentirosa, vida que no es mía porque yo no soy esta, porque si yo estoy enferma como dicen quiero gritar esa enfermedad, quiero que brote de mí a cada segundo, quiero escupírsela al mundo que es el único culpable de que yo no sea parte de él, quiero estar orgullosa de poder ver aquello que muy pocos ven y experimentar lo que es la pasión otra vez, el extremo, la locura. Soy una sombra de lo que fui, no me siento fantástica, no me siento especial. Y no estoy deprimida tampoco.
Soy normal, con las pastillas soy normal y no lo invento, lo escuché yo misma. "Bien medicada vas a poder vivir una vida tranquila y normal, como todos." No quiero vivir esa vida, ¿acaso nadie me conoce? ¿Cómo se les ocurre que yo puedo querer una vida tranquila y normal? Ni siquiera que es la normalidad, supongo que esa diacronía insulsa de trabajo, casa, hijos, arrepentimientos y muerte natural. Vivir-como-se-vive. El sentido común abriendo huecos en mi cabeza. No los entiendo, no me entienden y eso estaba muy bien. No estoy hecha para este lugar y para sus juegos sucios, todo me duele más que al resto, se me caen las lágrimas al leer sobre masacres en la historia, me brota el odio cuando escucho un prejuicio, no logro contenerme. Y me gusta ser así. No quiero ser racional, no quiero ser tan ser humano. Los consejos de mi psiquiatra me dan ganas de vomitar. La risa de mi psicóloga me da ganas de dormirme para siempre. La preocupación extrema me da ganas de irme para siempre de acá. No puedo llorar en paz, no puedo enojarme, no puedo demostrar vulnerabilidad por todas esas cosas que solía hacer, que solía demostrar. Tengo miedo. Quiero dejar la medicación y no lo voy a hacer. ¿Por qué? Tan sencillo. Habrá que ver, habrá que esperar, pero nada de esto me está gustando demasiado, me encuentro buscando lecturas y actividades que me apasionen como antes, extraño la espontaneidad de anotarme en cursos diversos y desear aprender cosas que jamás vuelvo a aplicar, que olvido, que realmente hasta no me interesan. Mis ideologías se están poniendo más fuertes después del período de debilitación por la depresión y el desinterés por todo ser vivo. Vuelve a preocuparme la necesidad de saber, de entender, de poder transmitir. Por ende, hay motivos y motivos. Decisiones que no puedo tomar por ser dependiente del único lazo eterno que poseo. 

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