26.6.12

Y ahora de nuevo este simulacro nuestro. Mío, tuyo, por separado, juntas.
Y de nuevo caigo a ese hueco sucio pobre feo feo como yo cuando estoy en él y me despierto en cualquier callejón, en las vías del tren invisible, en los autos, las camas, los cielos, las muertes.
Y muerta sigo caminando, mirando, percibiendo como me hundo y me muevo y respiro. Bajo la cama, escondida, una respuesta. Dentro de mí, una duda que se hace grande y peligrosa.
El amor. El maldito amor.

El ocaso con sus colores que contrastan con el gris de esta ciudad agonizante. Le tengo tanto miedo a la muerte y sin embargo es lo único estable y constante en este viaje que es la vida toda mía toda incierta toda nueva cada día más nueva más pequeña yo.
Y no creo en el destino. Acá estoy y esta soy tomando las riendas de mis bosques y mis agujeros negros. A veces río para no llorar. A veces grito para no matar.
Y me es tan sencillo enojarme y aferrarme a esa ira que es orgullo y poder. Ya no quiero perder, ya no voy a perder, cualquier cosa antes que volver a ser débil. Cualquier cosa antes de depender. Y sin embargo este amor que es dependencia y que todo lo abarca y me deja sin poder respirar en cualquier parte donde esté, acá en mi refugio que es mi casa siempre tan mediocre y vacía que quiero correr, cruzar las fronteras de mi mente para llegar hasta ese lugar en donde nadie me conoce, nadie me mira extrañado por mis cambios constantes, por mi ira y mi felicidad todas mezcladas en esta masa heterogénea que no puede subsistir sin explotar en verborragia enferma de la que me arrepiento en las mañanas. Tantas palabras dulces atragantadas que sanarían cualquier herida. No las sé decir, no me sé explicar. Y mis caricias son cuchillas y mi piel es un papel. A veces un roce basta para prenderme fuego. Y en el fuego yo me ahogo, siempre tan contradictoria.

Pero nada de esto es nuevo y, sin embargo, se siente como la primera vez. Porque esta vez soy yo luchando contra los impulsos y no dejándolos salir, reprimiéndome para no caer, para no tomar, para no llorar, para no herirme, para no mentir. Y soy yo, como nunca fui, como nunca debí ser pero se siente tan bien este poder que me recuerda a mi infancia, a esa nena caprichosa que todo lo tenía, que todo lo podía con una sonrisa y esa maldad que no era maldad sino enfermedad, sucia, débil pero fría, siempre fría, frívola, superficial, pérfida perla rosa con un centro venenoso.

Yo enfermo, yo manipulo, yo destruyo. Yo me como los deseos de cualquiera y les vomito la cara. Yo los odio tanto que podría matarlos a patadas sin piedad. Y a todos y a cada uno. Todos los que me quieren ayudar, todos los que me quieren encerrar. En este cubo en el que me estoy metiendo por tomar todos los días a la misma hora las pastillas de la estabilidad que, digan lo que digan, son miseria y represión y no me curan, no me salvan, no me callan ni me devuelven la inocencia que nunca tuve. ¿Quién me la robó? ¿Fuiste vos, hombre errante, que te fuiste sin siquiera haber llegado? Frío como yo, manipulaste mi mundo y cada una de mis estaciones de reflexión. Estás en todo cuando no deberías, porque nunca estuviste, porque nunca fuiste. Y existís, en este río metafísico que es mi mente, que me ahoga, que me asesina, que me suicida.

Y el amor. Esa miel que yo deseo transformar en hiel y me rechaza y me aleja pero siempre vuelvo porque amo, porque quiero, porque puedo, porque confío. Y no quiero perder mi amor, no quiero destruir mi amor, no permitas que sea como siempre fui, no permitas que logre como toda mi vida todos mis caprichos, no permitas mi flagelo incesante. Ruego. Rezo. Por mi amor.

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