24.5.12

Ay qué hacer qué decir qué pensar. Recaigo en el sendero de la negación de mi sensibilidad tortuosa. Yo me amo, yo me venero, yo llego a besarme y arrancarme los dedos de los pies con fervor. Yo muero. Yo soy la hermosa, la única, la poderosa, la inigualable y todos se arrodillan e imploran porque les de la vida que no poseen. Y caigo y no soy nada. Y me caigo y soy polvo. En mi alma siempre es de noche. Mi vacío me atormenta y me obliga a arrastrarme y mendigar caricias y es tanto el miedo, tanto el susto que me llevo cuando descubro que no he logrado nada, que sigo siendo la pequeña, la asustada, la invisible. Y sí, hay sangre, chorrea, me baño en ella. Y sí, quema, arde, duele, grito, lloro, imploro, sangro, sangro, sangro constantemente, me desangro y nadie me ve, nadie me escucha, nadie me ayuda. Y yo debo ser fuerte, debo ser fría, debo ser gélida y pérfida para cuidar a los demás, para socorrerlos y amamantarlos como una madre soltera a la que le han robado la felicidad del rostro. Y no puedo. Y no me alcanza. Acá yo, acá solitaria, acá suplicante. Con mi cuerpo destruido. Con mi alma escondida. Con mi amor que me sale por los ojos y las manos y es tan inmenso el amor, gigante, profundo. Tengo tanto miedo nena. Tengo tanto miedo a ya no poder perdonar más, a ya no tener nada para darte. Ay cuánta mentira en tan pocas palabras que pronuncio, en que todo va a estar bien, en que existe el futuro. Pero sino existe yo lo invento para nosotras. Deseo. Anhelo. Pero aún así, duele. 

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