23.1.12

Estar en un consultorio (lo que eso conlleva para mí). Leer desoladoras palabras de desamor.
Un hombre mira fútbol, nada más parece interesarle. Se escucha la radio, me desconcentra, me inquieta. No puedo controlar mis extremidades hace días. Una canción popular que sin embargo me sé bastante y deseo cantar un poco pero no puedo. Debo dejar de mover las piernas. Le temo al dolor que se avecina, al físico. Pero aún más le temo al dolor en mi alma una vez que éste haya finalizado. Por eso debería abrazarme a este instante de conexión-con-la-salud. Sería un cambio en lo que viene siendo mi anti rutina.
Hablaré, sin mis palabras.
Hablaré, con las de todos, las ensayadas, las que no inmutan a nadie.
El señor se distrae con el exterior (he encontrado un punto de unión).
La sonrisa constante de las personas aquí presentes me descontrola. No les temo a sus sonrisas, si no a lo que debe existir debajo de ellas. Cómo serán sus vidas, sus días, sus horas, fuera de este lugar en el que trabajan y aparentemente de lo que más disfrutan.

Pierna derecha: stop.
Por favor. Stop, de una vez.

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